
Pero permaneces en silencio y empiezas a treparte, a enredarme, confundiendo mis brazos y mis piernas, intentando envolverme como una mala hierba.
Te empujo sin renunciar a la delicadeza porque estás abrumándome y te resistes y yo sé que lo que pretendes es acallar mi boca con tus labios. Pongo mi mano sobre tu boca.
—"Tu amante"— te ordeno.
—"No podemos"— me dices— "tú sabes que nosotros no podemos y que has prolongado y prolongado inútilmente la consumación de este momento".
No resistes mi silencio, te incomoda mi indiferencia ante tu cuerpo. Por fin te decides y como una forma de venganza inicias tu relato y me hablas de tu amante. Te escucho en medio de una impasibilidad aparente.
Al principio titubeas, merodeas entre unas imágenes totalmente imprecisas, pero tu propia energía empieza a empujarte hasta que te extiendes y te dejas caer en la trampa del detalle. Te estás entrampando, te sigues entrampando en tu avidez por pormenorizar ante mí lo imperdonable y no puedes evitar otorgarle nitidez a la dimensión de tu propia vanidad.
Me dices, profundizas otra vez lo dicho y me hablas sin tregua de lo que no quiero oír. Del goce es de lo que me estás hablando. Cometes el error de hablar ante mí de tu propio goce. Me describes las habilidades de tu amante en esta noche y más me hablas y no percibes cómo más y más te refieres a tu muerte.
Has hablado a lo largo de una hora. Toda una hora dedicada a enfatizar tus estúpidas capacidades. Me doy cuenta que ya no soy capaz de retener ninguna de tus frases. Sin que yo mismo sea el que decida, mi mano busca tu cadera, se desliza a lo largo de toda tu cadera para retener en la memoria de mi mano tu cadera. Te recorro con una cuidadosa paciencia con mi mano y subo hasta uno de tus pechos.
Mi boca te requiere y tu mordida, artera y salvaje, ni siquiera me sorprende. Permanezco con las huellas de tus dientes palpitantes y agarrotadas en el borde de mi labio, siento que me has desprendido un fragmento de piel y ni siquiera me causa curiosidad la posibilidad de auscultar en la plenitud de mi propia sangre.
Diamela Eltit
me ha gustado muchisimo, hay más en: http://belmarblog.blogspot.com/
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