jueves, 23 de abril de 2009

él

No se quién es, ni me importa, no se si lo entiendo, o me interesa.
Está un poco roto, y se le nota, aunque disimule y este en una sola pieza.

Creo que es eso, la piel de un lastimado, lo que hace que corra tras sus brazos y le acaricie.

Que busque sus besos, no para consolarme, para consolarlo, su tristeza escondida es lo que me engancha, su falta de fe, es lo que me atrae a buscarlo.

Su calle sin salida, la transparencia de su mirada perdida, no es lo que es, es lo que me transmite, sus incógnitas y su momentánea indiferencia.

Pero a pesar de todo eso, sus formas, sus fuerzas, su manera de hacerme sentir tan frágil, tan pequeña.

Él, el chico lastimado, el pobrecito, a la hora de la verdad, se convierte, como si de un lobo se tratase, en luna llena.

Y de repente estoy prendida entre una masa que no me deja moverme, que me deja sin aliento, sin escape, que me maneja a sus anchas a su antojo.

Y me derrito, sin más.

Su trasfondo, sus diferencias en un solo cuerpo, me matan.

No es lo que hace, ni siquiera lo poco que me dice, sino la forma en que lo hace, el tono, en que me lo dice.

No es que quiera estar con él todo el tiempo, quizás se termine en este mismo instante, lo que no puedo explicar, se me esfuma, sin fundamentos.

Pero estoy prendida como un gancho, a una especie de hombre despedazado, que en vez de carne tiene fuego, y en vez de ojos tiene un cielo.

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